Zen

Me cuesta.

Reconozco que me cuesta aplicar esta tendencia tan en boga del mindfulness/zen para calmar ánimos ansiosos. La razón es que me he dado cuenta de que sin querer venía siendo la filosofía que aplicaba a mi vida. A mi manera. 

Me tocó lidiar en un par de ocasiones con un episodio de ansiedad, algo hasta entonces desconocido para mi, sobre todo por la sorpresa de su componente incapacitante, es decir, esa irritante sensación de no poder controlar la situación por mi misma como siempre había hecho. Acudí escopetada a pedir ayuda… ¿dónde está mi yo de siempre? Con mucho recelo, unos pocos días eché mano de las pastillas que me recetaron hasta que conseguí volver a reconocerme. Después allí quedaron, caducadas. Lo normal siempre había sido que bajo presión me viniera arriba y desplegara todo un arsenal de medios para solucionar a la mayor brevedad posible el problema que me acuciaba. Y con éxito. Me convierto en una fábrica de ideas para resolver lo que se presente. Y si no hay manera, pues a paseo, se acepta que no todo se puede y se acabó. 

Comunicarse. El simple hecho de hablar con otras personas ya es medicina. Hablar de lo que me ocurría con los míos me ayudó a relativizar esas preocupaciones que me agobiaban.

Siempre consideré que una de las claves para «desestresar» está en la humildad para aceptar y admitir que uno es un poco desastre para determinadas cuestiones. Ser uno mismo. No tratar de aparentar algo que no somos. Huir de la tendencia de pasarse la vida culpando a agentes externos o a otros de lo que nos pasa. Además de ser la clave para no tener motivos para mentir. ¡Maravilla!

¿Y qué? ¿Qué importa lo que piense el resto del mundo de ti?  Si tu vida funciona, será que independientemente de aquello para lo que eres algo torpe, dominas el resto con buen arte.

Cierto es que tengo algún motivo para andar preocupada, pero en definitiva son preocupaciones ya conocidas de largo y que me han ido conduciendo a asumir que presumiblemente no van a cambiar nunca, en definitiva, situaciones con las que tengo que convivir.

¿Qué cambió para que surgieran días en los que el sufrimiento se intensificó?  Pues por más vueltas que le doy, no doy con la tecla. Cambios hormonales, cambios en el ritmo del sueño, la tiroides averiada, el paso de los años, las vivencias acumuladas… en fin, creo que nada realmente relevante y diferente a lo que vivimos todos los mortales.

De modo que tocó desplegar una vez más las armas de las que disponía para sosegar la mente. Ahí fue donde descubrí que el mindfulness al uso no era de mi medida.

Una de las estrellas es el ejercicio, algo que no me ha faltado nunca. Toda una vida fiel a mi tabla de ejercicios y Pilates durante una hora, a veces un poco más perezosa, pero constante. Montaña siempre que es posible y unos buenos kilómetros de caminata a la semana. Creo que es una de las mejores medicinas. 

La música relajante… me gusta en momentos puntuales como antes de dormir o para leer, pero aparte de eso, no me hizo demasiado servicio, mi tendencia rockera no podría sobrevivir mucho tiempo con música relax. Necesito vidilla.

Mindfulness o meditación. Mmmmm… algún vídeo me puse en algún momento y durante ese intervalo se estaba muy bien, pero la vida real sigue ahí afuera y en cuanto terminaba, mi cabeza volvía a lo suyo.

Intento ponerme en modo zen y no puedo. Y es que necesito vibrar. El aura mística me roba la vida. ¿Alguien más a quien le ocurra lo mismo?

Tras disfrutar de unos ansiados días en un alojamiento muuuuy relajante, minimalista, en un lugar apartado en el monte, tatamis, meditación matinal, tenues luces, ese silencio a la hora del desayuno, todo el mundo hablando en un susurro, la ceremonia, la música tranquila…, llegué a la conclusión de que para unos días estaba bien, pero me faltaba algo. Algo muy grande. Me faltaba VIDA.

Y sí, se respira una paz maravillosa, pero ese ambiente rayano en el misticismo, lejos de relajarme, me atenazaba. Me invadía una sensación un poco triste.

Es probable que no todos sean tan extremos, pero para mi la vida no es eso. La ceremonia exagerada no va conmigo.

Sentí que faltaba la alegría. ¿Dónde queda la espontaneidad? ¿Dónde las carcajadas sonoras? ¿Dónde saltarse las normas de vez en cuando?

Me gustan las decisiones importantes bien meditadas, claro que sí. Hacer las cosas impulsivamente o por cabezonería no es en absoluto mi estilo, pero en mi vida, además de mesura, ha de haber pasión.

Lo zen me lo proporciona la naturaleza, las montañas, la música, escribir un rato, hacer un puzzle, todo lo que sea creatividad, la fotografía, los abrazos, mirar todo con amor e interés, un pedacito de chocolate, una buena conversación… y cualquier sonrisa que se me ponga por delante.

Y si por el camino no se me va la cabeza, seguirá siendo mi filosofía de vida.